jueves, 21 de enero de 2010

Rincón de los reportajes (4). El observador es un príncipe que disfruta por doquier de su incognito (Baudelaire). De paseo por el Támesis

En el psicoanálisis freudiano el analista puede y quizá debe mantener un tipo de atención que tiene un alto porcentaje de distracción. Creo que lo llaman atención flotante. Ante la maraña de datos que recibe de sus pacientes no le queda otra opción que dejarse ir, permitir que su educada intuición le indique cuándo debe prestar oídos plenos a lo que está escuchando y cuándo puede ahorrar energía. Como si tuviera un detector de inflexiones o de contenidos interesantes debe saber cuáles son los tonos, las dudas, los indicios que pueden llevar a franquear puertas cerradas,  cuáles son los síntomas cardinales. Si no fuera así su procesador se bloquearía por exceso de programas abiertos, tendría que estar atento a todo lo que dicen todos y acabaría loco perdido, saturado, exhausto.  El flâneur, el paseante distraído de la gran ciudad, tal y como nace en el París de principios del S. XIX, comparte durante sus caminatas, ese mismo tipo de atención. La gran urbe, una especie de inmenso Corte Inglés al aire libre, saturaría sus sentidos si no fuera capaz de abstraerse. Su paraíso son los rastrillos temáticos, donde todo es parecido y el tiempo un remanso de paz, hasta que salta la liebre y aparece el objeto, la pieza, que de repente adquiere valor para él, lo tenga o no objetivamente. Pero al flâneur, muy de vez en cuando, también le agrada pasear por ciudades desconocidas, aunque la experiencia sea demasiado exigente y  le lleve a tener que estar escudriñando a su alrededor como un perro de caza –él, que es un afgano indolente cruzado con un schnauzer gruñón. La ciudad extranjera le agota y pocas veces le lleva a descubrir cosas verdaderamente importantes, porque ya se sabe que el que que no busca encuentra. Pero a veces se organizan experiencias de esas que llaman viajes, fines de semana y por la familia se hace cualquier sacrificio.
Pues Iba yo un día andando por la orilla del Támesis (algo, que no se crean, he hecho dos veces en mi vida) cuando, intentando distraerme de tanto reclamo visual, levanté la cabeza al cielo con la intención de preguntar por qué, por qué, aunque no supiera el motivo exacto de mi pregunta. Hete aquí lo que vi:
hori
http://www.nytimes.com/2006/02/07/travel/08weblondon.html?_r=1&scp=1&sq=Woody%20Allen%20colin%20cameron&st=cse
http://www.movie-locations.com/movies/m/matchpoint_02.html
Seguramente, solo los letraheridos no creyentes sabemos hasta qué punto las ciudades están llenas de ermitas, santuarios, capillas y en general, lugares de culto: dónde pasó su última noche W. Benjamin, dónde se pegó el tiro Larra, el bar de Benet, las calles por donde pasea Zúñiga…. Yo me dije al verla , esta es la casa que sale en Match Point, y de ahí no me apea nadie, porque, además, lo mismo que veían los protagonistas de esa magnífica versión irónica de Crimen y castigo cuando se asomaban al ventanal de la casa regalada por papá veía yo, pero desde el otro lado, el de los no protagonistas de la Historia.
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