domingo, 10 de junio de 2012

Momentos Roth, un recorrido personal por 10 obras de Philip Roth. Lo que más me gusta de cada una de ellas: Pastoral americana (II).

- Me casé con un comunista (I).
- La mancha humana (III).
- La Conjura contra América (IV).
- Humillación (V).

- Némesis (VI).



roth12. Pastoral americana (1997):

- La última cena de Pastoral americana, con el abuelo de la niña terrorista, prototipo del sueño liberal americano, escritor, como aquel personaje de Bellow, de misivas indignadas a periódicos, dando de beber leche a una alcohólica, que es la mujer del amante de El Sueco, el inolvidable protagonista de la obra.

- El momento en que El Sueco descubre que el arquitecto pijo, engreído y vacuo, el marido de la alcohólica, se ha ligado a su mujer, la abnegada miss de provincias. Ese instante marca el punto sin retorno, la puntilla, de un personaje cuya peripecia es la parábola perfecta del lado oscuro de la existencia feliz, un ejemplo del caos vital, de la inutilidad de luchar por construir, por sentar las bases firmes de la propia vida. El Sueco, gran atleta, empresario de éxito, hombre cabal,  volverá a casarse y tener hijos, pero eso no se nos cuenta, como si fuera una coda intrascendente. Y todo ello ocurre en  el país de los sueños y con la pericia de Roth para reflejar el sufrimiento.
- Inolvidable es también el encuentro entre El Sueco y la niña de sus ojos, su hija única del primer matrimonio, ex terrorista convertida en una fanática jainita, la incapacidad del protagonista por rebasar los limites de su tolerancia, la pacata contención o respeto liberal, que le impiden acabar con aquello y alejar a su hija de la cochambrosa habitación de aquel cochambroso barrio donde ella se siente destinada a vivir.

- Por último, la aparición, esta vez a contraluz, de un detalle determinante, un pliegue del carácter, o del destino, determinante, tal vez, o eso , al menos, piensa por momentos el protagonista, para la conclusión de la parábola. Es una técnica, la de que algo en principio banal adquieras un peso demedido, sobre la que se basarán las distintas némesis que se narran en otras de sus novelas. A veces, es un momento de debilidad, una pequeña tara, una cesión a la comodidad, un acto a medias inconsciente, pero sobre el que se puede cargar el peso de la tragedia, un tecla que suena y se convierte, mitad en chivo expiatorio, mitad en corolario del drama. En Pastoral americana es el beso en la boca a la hija para que se calle. Tambores freudianos que no chirrían en la narración.



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